«Luis y los camareros de Cangas de Onís»: imagen del libro de Francisco José Pantín Fernández [1].

Laura Núñez de Con, Olaya del Cueto Gutiérrez y Elisa Martínez García

Desde mediados y finales del siglo XX, los lugares de ocio que más destacaron en Cangas de Onís fueron las salas de cine. Pero ya antes,, a finales del siglo XIX y principios del XX, el salón-teatro de Alejandro Zaragoza Ucio se había convertido en el lugar de reunión por excelencia de la sociedad canguesa. La sala se localizaba en el número veintisiete de la calle San Pelayo, en cuya entrada se encontraba el estudio de fotografía de Pelayo Infante Montayo [2].

Un automóvil situado delante del Teatro Zaragoza y del estudio de fotografía de Pelayo Infante: imagen del libro de Pantín Fernández [2].

El local en el que se emplazaba el teatro era amplio y espacioso, muy adecuado para distraerse en bailes o celebraciones de los días festivos. En él se asentaron asociaciones como el Círculo de Artesanos y se recibió a personalidades como el Barón de Covadonga [1].

En las crónicas anónimas de El Auseva -semanario de Cangas de Onís-, se alababa y agradecía la acción empresarial de Zaragoza por dotar a Cangas de un centro recreativo para pasar las denominadas «monótonas noches invernales»  [1]. Además, el lugar cumplía con los requisitos que le hacían merecedor del «título de teatro» según el crítico del periódico cangués, quien destacaba el impactante escenario y decorado, lo suficientemente robusto para aguantar la representación de todo tipo de obras.

Además, Alejandro Zaragoza luchó por adquirir diversos elementos para facilitar el éxito de las representaciones y el prestigio de la sala, como un «soberbio piano manubrio en inmejorables condiciones» y una elegante sillería colocada a finales de 1893 en el patio de butacas. Esto lo hacía para colocar al salón a la altura de los mejores de la provincia.

Cabe destacar que los decorados del teatro los había realizado su hijo, el pintor José Ramón Zaragoza, que inició en aquel momento una importante carrera pictórica en la Escuela de Bellas Artes de San Salvador de Oviedo [3]. José Ramón supo reflejar su inspiración mediante mágicas pinceladas en este lugar y sus piezas fueron consideradas «las obras de un maestro» [1].

El teatro Zaragoza enriquecía el circuito teatral del oriente de Asturias, integrado también por las villas de Llanes, Arriondas y Ribadesella [3]. En la comarca, el circuito promovía la presencia de compañías teatrales, que realizaban giras por las zonas rurales. De estas no se conservan los nombres, pues estaban asociadas a la presencia y nombre del director o primer actor, que en muchas ocasiones iba cambiando. Actuaron en nuestra localidad nombradas compañías como las dirigidas por actores como Aranda, Gómez, Ibáñez, García, Sepúlveda o Recio.

A primeros de julio de 1893, comenzó a actuar en el teatro la Compañía Gimnástica, lírica y dramática, dirigida por el señor Aranda, que interpretaba obras tales como Pepita o La Casa de Campo. Las funciones se iniciaban a las nueve en punto de la noche y el precio de la entrada era de una peseta para los asientos de butaca y 50 céntimos la entrada general, y tenían críticas positivas por parte del escritor anónimo de El Auseva [3]. La función teatral completa constaba de cuatro partes: tres actos de la obra principal y el fin de fiesta, con tinte cómico en contrapunto en ocasiones con las escenas dramáticas. Pero no siempre seguía esta línea, en ocasiones también había un intermedio que solía ser musical [1].

Un par de años más tarde, en 1896, un grupo de jóvenes de la villa ponen en escena varios dramas de José Zorrilla, como El Puñal del Godo o La Calentura. Los beneficios de esta función, por el contexto histórico en el que se emplaza, se destinaron a los soldados heridos en las guerras de Cuba y Filipinas, y fue un completo éxito llegando a recaudar 101,20 pesetas (cuando las entradas estaban a 4 y 2 reales) [3]. Participaron los señores Dupuy, profesor de música en Cangas y pianista habitual del teatro; Menéndez, Martínez y Valle junto con la señorita Teresa Díaz, que era la primera vez que pisaba un escenario.

Las llaves del Teatro Zaragoza. Imagen de autoría anónima [4].

Tristemente el teatro está casi desaparecido. Pero decimos casi porque parte de lo que era sigue presente gracias a que se mantienen restos de este, como pueden ser las llaves que abrían las puertas de aquel lugar donde, en aquel momento, todo se veía diferente. Estas llaves son conservadas por un vecino cangués, que amablemente nos relató lo siguiente:

«Las llaves llegaron a mis manos debido a que aquellos que las tenían no las querían, y a mi me hizo ilusión tenerlas y poder guardarlas sabiendo que eran las llaves de aquel teatro. Simplemente las tengo como un buen recuerdo y para preservar de alguna manera la historia de Cangas de Onís.»[4]

Gracias a esto, podemos llegar a tener en nuestras manos un elemento que, hace poco más de un siglo, abría las puertas al enriquecimiento de la escena cultural y -de alguna manera- educativa canguesa, para seguir manteniendo y recordando todos aquellos importantes lugares a los que por desgracia, hoy en día no podemos volver.

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Fuentes: