Indios panares bañándose con jabón por primera vez en el río Maniapure, Venezuela (1).
Miguel Menéndez, Julia Díaz, Ewan Sánchez
En el verano de 1992, tres estudiantes de medicina, de la facultad de Oviedo, se embarcaron en una aventura inolvidable para ellas, y muy relevante para cualquiera que quiera escucharla y aprender algo de ella. Con solo 22 años, se subieron a un avión con destino a Venezuela, para pasar cuatro meses viviendo en los Llanos, cooperando como médicos y profesoras, y nutriéndose de una cultura que en nada se parecía a la que ellas habían conocido hasta entonces.
Para este artículo, decidimos hacerles unas preguntas a las tres, Ana, Cristina y Covadonga, para que nos contasen su experiencia, y lo que se llevaron de ella:
Todo empezó a finales del cuarto curso de medicina, cuando se organizaron en la universidad unas jornadas de cooperación, en las que diferentes organizaciones les presentaron a los alumnos sus proyectos, y les ofrecieron una oportunidad para viajar con ellos como cooperantes. Una de estas organizaciones fue la ONG «Madreselva«, que operaba en la cuenca del río Maniapure, en lo más profundo de los Llanos venezolanos, más concretamente en el estado Bolívar, cerca de la selva del Amazonas. En esta zona, habitada tanto por criollos como por indios panares, una tribu indígena del lugar, la sanidad era casi inexistente, por lo que toda ayuda era bien recibida.
Cuando las tres cooperantes llegaron a Venezuela, lo primero con lo que se encontraron fue con el caótico aeropuerto de Caracas, abarrotado de turistas, vendedores y tráfico de todo tipo. Al principio se sintieron intimidadas, pensando que toda su estancia en el país iba a llevar ese ritmo. Por suerte, el tráfico terminó en cuanto llegaron a su verdadero destino.
«Nos alojamos en un caserío de criollos en medio de la nada, cerca de algunos poblados de indios panares. En aquel lugar solo se respiraba calma. Era imposible no sentirse sobrecogido por los paisajes, los animales, las montañas que se veían a lo lejos…»
Eso es lo que nos cuenta Cristina sobre sus primeras impresiones al llegar a los Llanos. También recuerda lo hospitalario que todo el mundo fue con ellas, especialmente los indios. Los criollos, dice, eran muy amables, muy considerados. Sin embargo, los indios estaban a otro nivel. Los adultos las llevaban a sus casas, les presentaban a sus familias, les daban alimentos… Los niños, por su lado, las miraban, desconcertados. Les sorprendía que tuviesen la piel tan blanca, que sus rasgos fuesen tan distintos, y que hablasen un idioma que ellos no entendían. Los panares son una tribu muy aislada. Tienen su propio idioma, sus costumbres y su forma de organizarse socialmente.
El trabajo de Ana, Cristina y Covadonga consistía, fundamentalmente, en atender los problemas de salud que estaban a su alcance. Tenían un pequeño consultorio en casa, con materiales proporcionados por la ONG, al que acudían los criollos del caserío. Los indios, sin embargo, ya fuese por desconfianza o por falta de costumbre, nunca iban a la consulta, así que eran ellas tres las que iban a visitarlos a los poblados, les llevaban medicinas, les trataban los problemas, e intentaban que adquiriesen un poco de conciencia sobre la importancia de la higiene personal.
«Al principio no se fiaban mucho de nosotras, hasta que vieron que las cosas que hacíamos les ayudaban y les hacían sentir mejor y estar más seguros.»
Además de eso, Covadonga también nos cuenta cómo se organizaban los poblados de estos indios. Vivían en chozas fabricadas con vegetales y troncos y todos los enclaves tenían una zona en el centro en la que se reunían, cocinaban con fuego, hacían artesanía… A eso se dedicaban las mujeres. Los hombres, en su mayoría, se dedicaban a la caza.
Además de trabajar como médicos, las cooperantes también eran profesoras. Daban clases tanto a niños como a adultos de la zona, en las que les enseñaban, principalmente, a leer y escribir, pues la alfabetización era baja. Las clases solo se las daban a criollos, pues los indios no tenían ningún interés en aprender un idioma que no fuese el suyo. E incluso cuando no estaban trabajando, siempre había algo con lo que ayudar. Podían pintar la puerta de algún vecino, ayudar a alguna madre india a cuidar de sus hijos, o simplemente conocer a la gente que las rodeaba y descubrir sus costumbres y su forma de vida.
Hay que recordar que todo esto lo hicieron cuando tenían 22 años, con lo que prácticamente no tenían experiencia ejerciendo como médicas. Por suerte había un hospital relativamente cerca, para cuando lo necesitasen urgentemente. El hospital se encontraba en Caicara del Orinoco, a dos horas en coche de donde ellas vivían. Visitaban Caicara una o dos veces al mes, para hacer acopio de alimentos y medicinas. También aprovechaban para llamar a casa, pues el teléfono más cercano también se encontraba allí.
«Muchas veces, en Caicara, nos encontrábamos a personas que se iban a alguna ciudad grande, como Caracas o Maracaibo, y les dábamos cartas que habíamos escrito para que las enviasen a España por nosotras. Muchas de ellas nunca llegaron, pero las que lo hicieron, aún las guardamos como tesoros. Son un bonito recuerdo de nuestro viaje»
Para terminar la entrevista, le pedimos a Ana que nos contase una anécdota del viaje que fuese importante para ella. Ella nos habló de la primera vez que consiguieron que los indios se bañasen con jabón. Habían estado semanas dándose cuenta de que muchos de ellos tenían problemas de piel, por falta de higiene, así que cuando ya tenían algo de confianza, fueron al poblado cargadas de pastillas de jabón, y convencieron a todos para ir al río Maniapure a darse un baño. Al principio, solo los niños se metieron con ellas, hasta que sus madres y padres empezaron a unirse, y terminaron todos juntos disfrutando del agua y de la compañía del resto.
«Es un recuerdo que me hace muy feliz, porque es la muestra de que, cuando tienes buenas intenciones, no importa la raza, ni el idioma. Puedes encontrar a gente que se convierta, prácticamente, en tu familia, en cualquier parte del mundo»
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INFORMADORAS:
- Rodríguez Casas, Cristina: ginecóloga, cooperante.
- Tomé Nestal, Covadonga: pediatra, cooperante.
- Aguilar Olmos, Ana: cardióloga, coopperante.
FOTOGRAFÍAS
- Tomé Nestal, Covadonga (1)
- García Marqués, Mario: periodista que coincidió con las cooperantes en los Llanos. (2), (3)
- Las fotografías se obtuvieron de un álbum de fotos del viaje que Covadonga conserva en su casa