Jesús con algunos compañeros frente a un coche del campamento

Irati Aranzeta Sacristán, Jimena Arena Barreiro y Silvia González Ramil

El servicio militar obligatorio, popularmente conocido como ‘la mili’, ya ha pasado a formar parte de nuestra historia. Sin embargo, hace apenas solo veintitrés años los jóvenes españoles eran convocados al entrenamiento militar a excepción de algunos casos particulares, como el de personas que sufrían alguna discapacidad, por ejemplo, el de quienes tenían algún familiar a su cargo o el de aquellos cuya profesión era de necesidad primordial.

Jesús Barreiro Vázquez, nacido en Galicia  en 1943, fue destinado al desierto del Sahara, para realizar la mili en 1964. Con tan sólo veintiún años, Jesús emprendió un largo viaje en tren, con una duración de ocho días, partiendo desde su ciudad natal, Santiago.

Su primera parada fue Cádiz, desde donde partiría en un barco de carga hacia su destino. La llegada a tierra fue un tanto un peculiar: debido a la ausencia de un puerto donde atracar, la tripulación se vio obligada a un transbordo tres kilómetros mar adentro.

Con la ayuda de unas cuerdas, consiguieron descender desde el buque a embarcaciones más pequeños, llamadas anfibios, que los llevaron a tierra.

Jesús delante de un camello en el desierto del Sahara

Jesús recuerda el campamento militar “El Aaiun”, como un lugar incomunicado, aislado en medio del desierto, cuya única vía de salida era el mar.

Las instalaciones contaban con recursos muy escasos, no estaban preparadas para cubrir las necesidades básicas y estaban constituidas por barracones en los que dormían diez compañías (alrededor de mil personas).

Jesús y sus compañeros en el campamento militar

También disponían de una tienda y un comedor. Sin embargo, no tenían otros servicios más necesarios, como urinarios o duchas, por lo que el mar era la única opción de mantener la higiene.

La rutina nocturna de Jesús y sus compañeros, era una labor de vigilancia para prevenir los peligros procedentes del desierto, mientras que la diaria, se basaba únicamente en desayunar, comer, cenar y acudir, entre las comidas, a las clases de instrucción en que se les enseñaba el manejo de armas y a conducir.

Soldados del campamento militar alineados

Jesús frente a unas ambulancias en el campamento militar

Jesús aprovechó la oportunidad para sacar el carnet de conducir, y durante su estancia fue conductor de ambulancias en diversas situaciones, trasladando legionarios a los distintos cuarteles. Recuerda una ocasión en la que tuvo que trasladar a un saharaui, que había fallecido en un accidente de tráfico; gracias a ello, pudo conocer los rituales funerarios de la cultura del lugar.

Uno de los beneficios de abandonar la península y hacer la mili en África, era el sueldo: cobraba un total de seis pesetas diarias, que era el doble de lo que se percibía en la península. Jesús recuerda que, con tan solo tres, era suficiente para comprar un bocadillo o una cajetilla.

Otro de sus recuerdos más vivos es el de una vez en que, no pudiendo regresar durante las vacaciones a casa, recibió con gran regocijo un paquete de chorizos enviado por su familia.

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Fuentes:

  • Testimonio oral de Jesús Barreiro Vázquez
  • Imágenes propiedad de la familia Barreiro