Vega baja de Beresna, Puerto de Soga, Cabrales, Alfonso Martínez Pérez (arriba) con una persona sin reconocer, 1943.
Sheila Noriega, Almudena Recuero, Adriel Gómez y Diego González.
La imagen superior pertenece a la familia Mier Rojo, donde se ve representada la vega baja de Beresna, situada en el puerto de Soga, Cabrales, en el Parque Nacional de los Picos de Europa. La cabaña que se encuentra situada en primer plano, a la izquierda, pertenece a Josefina Rojo Alonso, con un casar (cabaña caída) más atrás de titularidad desconocida.
Las dos cabañas adosadas, que vemos más cerca de la boca de la cueva pertenecen a una familia de Canales de Cabrales y están todavía sin partir. La cabaña de la derecha (recortada por el margen de la fotografía) pertenece a María «la de Canales», y la cabaña en la que está un hombre apoyado, con otro encima del tejado, pertenece al padre de Josefina Rojo Alonso, José Rojo. La cabaña que pertenecía a José Rojo, fue legada a la familia de Francisco Noriega Rojo, cuando este último tenía 13 años.
Uno de los hombres de la imagen, el que está encima del tejado, podría ser Alfonso Martínez Pérez, natural de Cabrales, un n notable guía y guarda forestal de los Picos de Europa, hijo de la tercera persona en escalar el «Picu Urriellu». Alfonso Martínez abrió una vía de escalada, junto a su hermano Juan Tomás, en la cara sur del «Picu Urriellu»: la llamada «Sur Directa» o «Hermanos Martinez», y que desde el año 1944 hasta hoy es la vía más utilizada en la ascensión al Picu.
El otro hombre, que está apoyado en la fachada de la cabaña de José Rojo, es desconocido para nosotros. Tampoco podemos afirmar con seguridad que el otro sea Alfonso Martínez, pues sus hijas nos dicen que una de sus características es que él siempre posaba de perfil y que, aunque se conservan muy pocas imágenes de él, esta es nítida. Continuando en nuestra investigación y preguntas, otros familiares alegan de que se parece mucho a un nieto de Alfonso, por lo que no es descartable que realmente se trate del abuelo.
El «Puerto Soga» es el monte al que llevan el ganado en verano los ganaderos y ganaderas de los pueblos más occidentales de Cabrales (cerca del concejo de Onís), que son Canales, El Escobal, Ortiguero, La Molina, Pandiello, Puertas y Las Salce. Me animo a decir -y lo puedo afirmar- que estos ganaderos tenían una vida muy complicada, con una calidad de vida digna de consideración. Ellos se levantaban cuando ya había claridad aprovechando las horas de luz que les brindaba el sol. Continuaban el día soltando los animales (cabras, terneros, ovejas y gallinas, las vacas no se guardaban) de «las cuerres» (corrales con muros de piedra, normalmente con forma circular) o «tendayos» (más parecidos a las cuadras).
Después hacían el queso, ya fuese Gamoneu o Cabrales, y cuando terminaban con la pieza, la ponían a ahumar (entre 25 y 30 días) en la cabaña. Cuando ya estaban en condiciones los llevaban a las cuevas, donde, además, revisaban y degustaban los quesos en maduración para comprobar si estaban listos para bajar a los pueblos a vender (a 18 €/kg aproximadamente). Los quesos se bajaban en zurrones (mochilas hechas con la piel de animales salvajes que encontraban muertos o con las del ganado), en mulas o caballos. Después comían e iban a buscar agua (que transportaban en lecheras) a las fuentes que había en todas las vegas.
Dedicaban la tarde en el puerto a socializar o, simplemente, a estar con el ganado. Luego llevaban los animales al sitio en que deseaban que durmiesen, que podía ser otra vega, cuevas, cuerres o tendayos. Por último, los mecían, cenaban y dormían.
Así era el día a día en los puertos, entregándose en cuerpo y alma a la sacrificada agenda del pastor, una vida sin descansos, ni bajas. Los niños subían desde muy pequeños al puerto, e incluso algunas mujeres daban a luz en las majadas. Por ejemplo, Marcos Remis fue cuidado por su hermana Rocío Remis en la vega de Camplengu (Onís) cuando él tenía 8 meses y ella 9 años, dos hermanos naturales de Castru (Onís).
La mayoría de la gente vivía en cabañas, con el espacio justo para una chimenea (que estaba formada por unos ladrillos en el suelo y un tiro en la pared, para que el humo saliera, o bien se hacía fuego en el propio suelo de la cabaña), una cama, una estantería sobre la chimenea para que ahumara el queso, y un armario para que los ratones no comieran la comida. Algunos, sin recursos suficientes, tuvieron que hacer su pequeño hogar dentro de las propias cuevas, como los vecinos, ya fallecidos, Oscar Inguanzo y Maruja Concha, naturales de La Molina de Cabrales, que cuando se casaron, se fueron a vivir al Cuevu de Argandi.
Las cabañas se hacían con piedra caliza y las vigas eran de madera (de cualquier tipo) que se encontraba en los puertos. Lo único que se subía eran las tejas, que cargaban mulas o caballos, si no se conseguían de casares abandonados (cabañas o cuadras que caían). Al no usarse cemento para rejuntear la piedra (las fachadas de las cabañas no llevaban cemento ni cualquier material que lo asemeje, por la dificultad de llevarlo allí) entraba aire y beneficiaba a los quesos, que se secaban más rápido así, pero también perjudicaba a las personas, por las bajas temperaturas. Así que, todas las paredes menos la que estaba al lado de la chimenea y la de la estantería de los quesos, se reforzaban con un muro para que fuera más difícil que entrara aire. Al no reforzar la pared contigua a la de los quesos, las piezas secaban más rápido y el humo de la chimenea no inundaba la casa.
Los ganaderos tenían dificultad parea asearse, y sólo lo hacían los días que bajaban a los pueblos a por comida. La ropa la lavaban en peyos, riegas o fuentes.
Los peyos también se usaban para dar de comer a animales, lavarse las manos y demás. Se fabricaban con un puntero y una maceta, y la piedra solía ser «de arena», que se trabajaba mejor. En la imagen podemos ver un peyu arrimado a la pared, en la que precisamente no se aprecia ningún rastro de cemento.
No todo era trabajar, también había fiestas en los pueblos, en las que se vestían de cabraliegos (el traje tradicional de la zona) o de peregrinos, como en Ortigueru de Cabrales, donde bailaban con palos como los de la imagen adjunta.
Las fiestas estaban formadas por un pasacalles encabezado por una pareja de gaita y tambor, seguidos de una procesión con aldeanos, curas y vecinos vestidos de modo formal. Luego se daba la misa, acompañada por la gaita y el tambor; y a su final, se comía.
En la celebración se subastaban las roscas de pan, que habían sido bendecidas anteriormente, y por último solía darse el baile donde se bailaban jotas, saltones, xiringüelos… acompañadas de instrumentos tradicionales (en Cabrales solía tocar «El gaitero ciegu de Pandiellu» o «El gaitero de Llonín»). Más tarde se incorporarían orquestas y dúos, con acordeonista y cantante.
También había fiestas en puertu, a las que acudían vecinos de varios concejos. Los de Beresna y Cabrales frecuentaban por su relativa cercanía la «Fiesta del Pastor» en Cangas de Onís, que se sigue celebrando todos los años el 25 de julio en la Vega de Enol, y que tiene sus inicios en 1939.
La Fiesta del Pastor está constituida por varios actos: música y baile regionales, misa, carrera de caballos montados a pelo, concurso tiro de cuerda, la escalada a la Porra de Enol. La fiesta acaba con un acto ,presidido por el alcalde de Cangas de Onís y algunos concejales, en el cual se elige al regidor de pastos, que ejerce como representante de los ganaderos de la zona hasta la próxima fiesta del pastor. En la actualidad, la fiesta supone una ocasión para que los más ajenos a este mundo puedan verlo de cerca y un homenaje para aquellos que lo vivieron.
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Informadores: Francisco Noriega (La Molina de Cabrales), Asunción Inguanzo (La Molina de Cabrales) y Josefina Rojo (La Molina de Cabrales).