Emma Muñiz Fernández. Mayo de 2022.

Por Paula Collado Intriago y Martín Adriano Barrena Caamaño

El 17 de Julio de 1936 un aviso radiofónico dio a conocer a lo largo y ancho de la península que una parte del ejército se había levantado contra el gobierno, dando un golpe de estado. La lealtad de un sector importante del ejército a La República provocó su fracaso, dando lugar a la Guerra Civil Española (1936-1939).

Esta guerra supuso un cúmulo de atrocidades que aún hoy afecta a la sociedad española, aunque no incidió de igual modo en todo el territorio peninsular.

Así nos lo cuenta Emma Muñiz Fernández de 93 años, quien, cuando estalló la guerra, residía en San Juan de Beleño, la capital del concejo de Ponga. Sus padres la habían enviado allí un año antes, para “quitarse de medio a la más lianta”. Tenía 8 años cuando estalló la guerra, y sus relatos parecen sobrevolar la realidad bélica, no sé sabe si por su edad o por el escenario singular que rodeaba a aquella niña.

Tras estallar el conflicto, la familia – a excepción de su padre – se instaló en Ponga, tratando de protegerse. Su padre decidió permanecer en Cangas, aunque realizaba visitas periódicas a la familia. El trayecto le llevaba horas. Debía desplazarse en mula hasta el puente Los Grazos, que había sido derribado. Al otro lado le esperaba un vecino que habría de subirle hasta San Juan.

Emma no se acuerda de grandes tragedias durante esa época, tan sólo de anécdotas. Hubo escasez de ciertos productos, pero solo se dieron cuenta cuando volvió la paz y reaparecieron en los mercados. Emma recuerda cantarles el “Cara al Sol” a los republicanos y la “Internacional” a los nacionales (así) a cambio de onzas de chocolate.

La inocencia de estos niños ante la guerra llegó a tal punto que, un día, Emma vio en la ventana de la casa de uno de sus tíos la sombra de un hombre. Al llegar a casa se lo contaron a su madre, Ángela Fernández, que les hizo creer que no habían visto nada. Años después, acabada la guerra, Ángela les contaría a sus hijos que aquella sombra era la de Francisco Beceña, catedrático de Derecho de la Universidad de Oviedo, que estaba escondido de las tropas republicanas.

En Ponga nunca hubo un gran movimiento de tropas. Fue territorio republicano durante la mayor parte de la guerra, con las fuerzas del oriente asturiano concentradas en el valle adyacente, “El Desfiladero de los Beyos”, por donde los republicanos pensaban que penetrarían las fuerzas nacionales.

De aquella etapa «republicana», Emma se acuerda de una maestra “muy roja por las cosas que hacía”: uno de los trabajos de ese año en el colegio consistió en la representación teatral de las provincias de España. Los niños debían disfrazarse con cosas típicas de la provincia asignada y recitar un par de versos sobre ella. A Emma le tocó Valencia “la que nació junto al Turia, la que con sus rosas y azucenas el aire embalsama, la que tiene un miguelete que al mundo entero da fama”. Fue comidilla en el pueblo que a su primo Eduardo, hijo de un «fugado» al bando nacional, lo vistieron de miliciano republicano, inspirándose en la imagen de las cajas de puros.

Ante el avance de los rebeldes, los republicanos abandonaron Ponga, no sin antes quemar la Iglesia. Emma y su pandilla se encargarían después de saquearla, quitándole los alambres a las casullas para hacer carretes que luego aprovechaban en sus infantiles actividades comerciales.

El 1 de septiembre entraron los nacionales por el puerto de la Uña. Con las brigadas llegaron muchos ponguetos fugados, aunque Emma comenta que no percibió su ausencia hasta que regresaron. Entre ellos estaba su tío Pedro -Don Pedro- que repartía a los ilusionados niños unas insignias (los pines de ahora) con El Yugo y Las Flechas, divisa de los nacionales.

No hubo muchos cambios con la llegada de los sublevados. La escuela volvió a ser segregada por sexos y Emma dejó de meter cartas de amor en las madreñas de sus compañeros. Los soldados les seguían chantajeando con comida para que les cantaran canciones, tenían interés por lo que los republicanos decían de ellos. Fue así que la pandilla de guajes acabaría cantándoles la parodia de aquellos versos:

V.0.

Jóvenes si vais al campo

No piséis las margaritas

No piséis las margaritas

Que están regadas de sangre

De Jóvenes falangistas

Parodia

Jóvenes si vais al campo

No piséis las margaritas

No piséis las margaritas

Que están regadas de sangre

De joder los falangistas

_____________________________

  • Testimonio oral de Emma Muñiz Fernandez, vecina de Cangas de Onis, 03/05/2022.