Mujeres en Portudera

Aurelia, Carmen y Gumersinda, pastoras de Portudera (h. 1970). Imagen: fotógrafo local.

AAC. Portudera, también conocido como Puerto de Era, pertenece al pueblo de Arenas de Cabrales y es una estribación del Macizo Oriental o Macizo de Ándara, uno de los tres que integran los Picos de Europa. Desde la primavera hasta el otoño, sus hierbas se encargan de alimentar al ganado que pasta libremente en las majadas de Somas, Ordiales, Cuetapón, Espinas, Tresmialma, Coprevidi, Humardo, Tordín y Antrejano. Lo destacable de este puerto, ya desde antaño, es la calzada romana que lleva a su cumbre por la ladera de Peña Caoru, por la que subieron ( y suben) muchos pastores y pastoras.

Antiguamente, las mujeres se tenían que quedar en casa mientras que los maridos hacían todas las labores del campo y atendían el ganado. Cuando llegaba la época de subir al puerto con los animales, ellas tenían que quedarse cuidando del hogar y de los hijos hasta que, meses después, los pastores volvían a bajar. Tiempo más tarde, un grupo de mujeres decide que ellas también son capaces y tienen todo el derecho de subir. En dicho grupo destacan Aurora y Mariana Díaz, dos hermanas que impulsaban año tras año a las demás mujeres a disfrutar la vida de pastora a pesar de las dificultades que conllevaba, pues no estaban acostumbradas a esos caminos tan arriesgados hasta llegar a las majadas, donde se encontraban con el desprecio y el rechazo de los pastores, que no estaban acostumbrados a aquella situación.

Mariana Díaz, había sido alumna de la Escuela de Industrias derivadas de la Leche en Arenas de Cabrales, hasta que decidió con 16 años que su vida se encontraba entre las montañas, sin saber que tiempo más tarde se convertiría en una gran referente de las futuras pastoras. Los vecinos de la comarca la recuerdan como una persona que se daba a los demás y luchaba por lo que quería, tanto que terminó con su propia cabaña en la majada de Tordín, donde recibía a cualquier persona que lo necesitara. Esta mujer, luchó por los derechos de las pastoras hasta que se convirtió en algo normalizado.

«Recuerdo como me contaban que Mariana y las demás, se enfrentaron un día a un mozo que fue a su cabaña a decirles que no valían pa estar allí. Ellas lo cogieron y lo tumbaron en suelo, teniéndolo allí un buen rato hasta que lo soltaron y echaron a correr a carcajadas. Nunca más volvieron a molestalas» (1)

Cada vez se notaba más el papel de la mujer en el puerto, pues mientras pace el ganado, ellas leen libros, hacen queso, cogen manzanilla, jenciana y orégano; lavan, cosen, entre otras labores. Además, se encargaban de su ganado con mucho carisma, pues siempre iban acompañadas del tintineo de campanas y cencerros mientras entonaban cantares como:

«Estoy ronca y ya no puedo entonar la mi tonada; soy pastorina en el monte y me dañó la rosada.»

Tan grande fue el progreso, que todos los domingos se reunían, tanto pastores como pastoras, para jugar a los bolos en las majadas, divirtiéndose mientras bailaban al son de un tambor o pandero acompañándolo de cantares. Finalmente, en el mes de septiembre, todos ellos abandonan juntos los Picos de Europa y llevan sus ganados a los invernales del pueblo.