Guillerma del Valle junto a su bisnieta, autora del artículo. Imagen: album familiar. EDA.

Edurne del Dago Aranda. Hasta hace pocos años, las mujeres no contaban con los mismos derechos ni libertades que los hombres, y en nuestra comarca se dedicaban tanto al cuidado del hogar como al trabajo en el campo.

En Labra, un pueblo del concejo de Cangas de Onís, vivía Guillerma del Valle en la casa familiar. Su vida se repetía en una constante rutina. Al comenzar el día, debía despertar a sus hijos ya fueran más pequeños o mayores para que ayudaran en las tareas del campo,. Todos desayunaban, como era común, unas galletas mientras ella les preparaba un bocadillo para la media mañana, antes de que comenzasen las tareas fuera de casa: ir a ver las gallinas, cabras, vacas, caballos… 

A lo largo de la mañana, Guillerma se encargaba de la limpieza del hogar y de preparar de la comida. La habitual de la casa era el pote, para lo que se iba a la huerta a por lo necesario; en este caso, patatas, fabes y berzas. La peculiaridad de este “pote asturiano” era el origen de los elementos que lo componían, pues todos procedían de la propia huerta. A la hora de cocinarlo le echaba especias para que cogiera más sabor.

Al acabar la mañana, la gente de casa volvía del campo, comían todos y de nuevo partían a trabajar. Cada uno tenía asignada su propia tarea. Por ejemplo Guillerma se encargaba de la huerta, de recoger los productos y de volver a plantar lo necesario. Su marido se encargaba de las vacas y de ordeñar. El hijo mayor se encargaba de los caballos, en algún caso también de su doma, y el pequeño de las gallinas, recogiendo los huevos.

Cuando llegaba la noche, volvían a casa, y, mientras todos ellos se duchaban, Guillerma les preparaba la cena. Eran frecuentes las chuletas y patatas, todo ello gracias a los animales y al huerto. 

Una vez se cenaba, ella recogía todo, lo fregaba, se duchaba y se iba a dormir para repetir, al día siguiente, la misma rutina.

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Fuente: Aitor Manuel Del Dago.