Crece la muria nueva sobre la vieja, que se venía abajo. Imagen: A.L.V.

Lucas Rodríguez Llano.

José Antonio Llano Tirador, vivió en Les Tercies de Sinariega, un pequeño rincón del concejo de Parres que trabajó y cuidó durante años. Cuando se retiró como ganadero, ya con más de setenta años, decidió reforzar los muros del huerto en los que se apoyaba la cimentación de la casa.

Para ello, aprovechó las piedras que le sobraron de la reforma de la casa vieja, y de los muros caídos de antiguos huertos y caminos de la finca. Las movía en su carro con la ayuda de una yegua –Cari– teniendo que hacer más de 100 viajes.

El muro tenía unos 4 metros de alto y 11 de largo. En su construcción, primero levantaba las 2 esquinas, luego tiraba una plomada (1) de lado a lado e iba rellenando con piedra y mortero de cemento, que el mismo hacía, hasta llegar al hilo sin tocarlo.

Se sirvió de unos andamios de madera hechos por él. Se trataba de unos postes en los que hacía una rebaja donde sujetaba travesaños horizontales, que iba apoyando en el muro a medida que este cogía altura. Sobre los travesaños colocaba los tablones en los que se subía para poder trabajar. Muy cerca, ladera abajo, hizo otro muro más pequeño (de 1 metro de altura aproximadamente) que sirvió para habilitar un nuevo huerto y, a la vez, como contrafuerte del muro grande.

José Antonio sobre el andamio, terminando la muria. En la imagen, se aprecia como el muro sirve de refuerzo a la cimientación de la casa. Imagen: A.L.V.

Para la adecuación de las piedras, empleaba un martillo de cantero, que ya no se usa mucho y es necesario para partirlas y asentarlas en el muro. La herramienta no era fácil de encontrar, y estuvo buscándola durante mucho tiempo hasta que la consiguió en la ferretería de Emilio Laria, en Cangas de Onís. También usaba una paleta de albañil, una hormigonera y una carretilla o un cesto para llevar el mortero. Las proporciones de la mezcla eran 2 kg de arena, 1 kg de cemento y 3 kg de gravilla fina

Muchos días no trabajaba porque tenía que atender la finca. Otros, solo podía dedicarle una hora o dos. Tardó unos tres meses en acabarlo. ‘’Quedó bien hecho’’, según un contratista de Arriondas que lo visitó una vez, como recalca José Antonio. El contratista añadió que no todos los canteros hacían muros así. Posiblemente le quedó tan bien porque lo hizo con mucha calma y no con las prisas de un cantero a jornal.

También hay que remarcar el valor de la experiencia: con 11 y 12 años, ya había ayudado a hacer muros en Tresmonte, la aldea en la que nació. Entonces, su padre, sus hermanos y él levantaron una pared en una cuadra, sin haber hecho nunca un muro. De ahí arranca su conocimiento.

Con todo, el arte de mmuriar se remonta a su bisabuelo, José Llano Ampuria, que era cantero de profesión y atendía tres explotaciones ganaderas, dos en Sardeu y una en Tresmonte. Había trabajado la piedra labrada como cantero en Margolles, en la carretera general (N-634), ganando 1,50 pesetas al día y trabajando de sol a sol. Le ayudó también su hijo, el abuelo de José Antonio, que obraba como pinche y cobraba 50 cts. de peseta, que entonces era mucho más dinero de lo que hoy podemos imaginar. Su abuelo, por desgracia, rompió el linaje de canteros al tener que emigrar a cuba a los 17 años, en 1872.

El muro al quitar los andamios.
Resultado final.

En la actualidad, la persona a la que le vendió la propiedad, construyó otro muro de hormigón más abajo, rellenó todo con tierra y el muro de piedra quedó tapado. »Allá él…» sentencia José Antonio.

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1: Plomada: pequeña pesa de metal, colgada de un hilo, que sirve para señalar la lineal vertical.